En pos del saber


Me dices tu nombre con una mirada coqueta: Marie Jane. Yo te sonrío de vuelta, y es en ese momento cuando siento el familiar cosquilleo de mariposas en el estómago. Las manos me tiemblan durante unos segundos, y tengo que controlarme para no lanzarme sobre ti.

Estoy ansioso, muy ansioso. Mi madre y mi hermana han pasado todo el mes de octubre conmigo, y durante este tiempo he tenido que reprimir mis impulsos; no estaría bien que un aventajado estudiante de medicina como yo llegase a casa con la ropa llena de sangre. Sin embargo, esta misma mañana las dejé en la estación, y soy, de nuevo, libre para dejarme llevar.

Has sido tú, mas no creas que te escogí por algo especial. No fueron tus ojos azules, o tu cabellera rojiza lo que me hicieron acercarme a ti. Sino que fue tu predisposición. Imagino que tienes una enorme deuda, pero, ¿quién puede culparte? Después de las cuatro brutales muertes que han ocurrido en el pobre y marginal barrio de Whitechapel, donde resides, toda precaución es poca. Hace ya más de un mes que ninguna prostituta es asesinada; eso, y la necesidad de conseguir dinero, te han hecho volver a la calle. Ha sido un mes aburrido; sin embargo, ya estoy de vuelta.

Cuando me abres la puerta de tu casa sonrío con satisfacción. En las otras ocasiones tuve que hacerlo en la calle, deprisa y casi a oscuras, con el constante peligro de que alguien me viera. Pero aquí, a cubierto de miradas indiscretas, podré saciar por entero mi curiosidad.

El ambiente está muy cargado; apesta a sexo, y las manchas de las sábanas aún parecen frescas. No quiero saber cuántos hombres han pasado por tus piernas en lo que va de noche, pero, en realidad, ese detalle me es indiferente. Enciendes una pequeña vela y te acercas a mí. Me quitas el sombrero y el abrigo, los dejas caer al suelo, y cuando comienzas a jugar con mis pantalones, niego con la cabeza. Te digo que es tu turno, y me sonríes con coquetería. Te quitas el sucio vestido, despacio, mirándome a los ojos, y debajo de este aparece un camisón lleno de remiendos. No parece que te dé vergüenza lo que tu ajada ropa dice de ti, pero, ¿qué se puede esperar, con lo barata que eres? Tus clientes tampoco deben tener muchos recursos, y con tal de meterla en caliente, el vestido, y la puta, les dan lo mismo.

Te miro con intensidad. Sé que ves excitación en mi rostro, y eso te hace sonreír; lo que no sabes es que no son tus curvas de mujer lo que me provocan, sino lo que hay en tu interior. Me tomas de la mano, me guías hacia tu lecho, y en el momento en el que te tumbas sobre la cama saco el cuchillo que guardo en la parte de atrás de mis pantalones. Me miras con pánico, pero no tienes tiempo para gritar; un segundo más tarde corto tu cuello de un lado a otro, desde la garganta hasta la columna. Lo hago con precisión y sin titubear, con un trazo limpio: perfecto, ya son muchos los cortes que he hecho. La sangre empieza a salir de la herida, el entusiasmo me puede y me dejo llevar. Con mis actos alimento la leyenda que se ha creado sobre mí: me han puesto un nombre de lo más vulgar, y el apodo que lo sigue deja claro que nadie entiende lo que estas acciones implican. No son muertes sin sentido; es estudio, conocimiento y saber.

Las clases de anatomía en las que podemos diseccionar cadáveres no se pueden comparar con lo que siento cuando mi cuchillo entra en tu carne. Pongo la punta al final de tu garganta y aprieto; bajo por tu cuerpo, que aún desprende calor, y me maravillo con el brotar de la sangre. Tu viejo camisón se tiñe de rojo, y me deleito con lo que, poco a poco, va apareciendo ante mis ojos. Continúo el corte hasta llegar a tu pubis, aparto la tela que te cubre y desgarro tu piel con mis propias manos. El espectáculo es espléndido, sublime.

Cojo el estómago entre mis dedos y lo saco de tu interior con cuidado. Lo examino a la luz de la única vela de la estancia y guardo en mi memoria la textura, rugosidad y consistencia de un órgano recién extraído.

Después saco el hígado, los intestinos, los riñones y un pulmón. Los estudio con detenimiento, y los voy dejando alrededor de tu cuerpo y sobre la mesita de noche que hay al lado de tu cama. Mis manos están llenas de sangre, al igual que mi ropa, pero nada de ello importa, pues el conocimiento que esta noche adquiero del cuerpo humano, vale todos los litros vertidos.

En algún momento me toco los labios con los dedos, y un intenso sabor ferroso explota dentro de mi boca. Me miro las manos, sorprendido, y entonces, me fijo en el órgano más importante que aún queda en tu cuerpo: el corazón.

Es aquí cuando debo pedirte perdón, Marie Jane. No sé muy bien por qué lo he hecho, pero el deseo de llevarme esa pequeña parte de ti me azota con fuerza, y soy incapaz de dejarlo pasar. Corto un trozo del vestido que dejaste abandonado en el suelo, envuelvo tu corazón y lo guardo en uno de los bolsillos de mi abrigo. Entonces te miro: estás completamente abierta, tu interior yace fuera de ti, y sonrío con alegría; jamás olvidaré esta noche, y tú estás más bella que nunca.

Minutos, u horas más tarde, me pongo el abrigo, con cuidado de no dañar el precioso tesoro que me has dado, me coloco el sombrero y salgo a la calle. Una intensa tormenta cae sobre Londres en esta madrugada del nueve de noviembre de 1888, pero ni la lluvia, los rayos o los truenos pueden aplacar la intensa felicidad que siento en estos momentos.

 

Sin embargo, el largo trayecto que separa a este brillante estudiante de medicina desde el miserable barrio de Whitechapel hasta su casa, tiene más consecuencias que un simple resfriado: la fiebre no baja, los temblores aumentan y la enfermedad se niega a marcharse.

El corazón de Marie Jane acaba olvidado dentro de un tarro, rodeado de libros que describen una infinidad de patologías y detalladas láminas de la anatomía humana. Y justo debajo, en un mullido lecho de sábanas blancas, la leyenda anónima que ha aterrorizado a la ciudad durante cuatro meses, muere, ahogado, en su propio vómito.



Las premisas de este relato eran que debía de tener dos narradores diferentes y un narratario. Elegí uno en primera persona, para darle voz al personaje principal, y otro en tercer persona, del tipo testigo, que nos cuenta lo que le ocurre al protagonista. El narratario sería Marie Jane.

Imagino que no hay mucho que explicar sobre quién es el asesino. Siempre me creó curiosidad saber qué fue lo que ocurrió con Jack el Destripador. Y como es una incógnita que nunca se resolverá, decidí darle un final a su abrupta desaparición.

Espero que no os haya transportado a aquella noche, aunque haya sido un poco macabro y sangriento.

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¡Un saludo!

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