Born to make history



Introduzco un mechón de su cabello dentro del gorro y le ajusto las gafas de buceo. Ella me mira con una sonrisa y le beso en la frente, orgullosa, de todo lo que ha conseguido.

No ha tenido una vida fácil. Desde que me enteré de que me había quedado embarazada, los problemas vinieron uno detrás de otro. Fueron treinta y cuatro semanas difíciles. Nació con más de un mes de antelación, y desde que dio el primer aliento, los médicos me dijeron que mi precioso bebé no sería como los demás; y ahora, dos décadas más tarde, les doy toda la razón.

Tardó tres años en aprender a andar y diez a leer. Ya es toda una mujer, pero escribe como un niño de primaria, y su vocabulario no es mucho mayor.

Desde que era pequeña la gente nos miraba con pena: «madre soltera y con esa carga, pobre mujer», pensaban, lo veía en sus miradas. Mas lo que nadie sabía era que mi preciosa niña había desarrollado mi afición por la natación hasta convertirla en su pasión. La piscina se volvió su segunda casa, y todas las dificultades que tenía fuera del agua, quedaban olvidadas.

Cuando cumplió quince años la inscribí en el club de natación de nuestra ciudad. Aún recuerdo las miradas que le dedicaron el primer día; había de dos tipos: compasión y menosprecio. Y en los labios de más de uno se adivinaron las palabras “tonta” y “retrasada”, pero ella no se dejó amedrentar. Se metió en el agua e hizo lo que mejor sabía hacer: nadar. Los dejó a todos atrás. Nunca me había sentido tan orgullosa de ella como en ese momento; en el que calló bocas sin decir nada, sin agresividad o arrogancia. Y en unos meses se ganó el respeto y admiración de sus compañeros.

La alegría y el tesón siempre han sido su insignia. En poco tiempo dejó de tener rivales dentro de nuestra ciudad, ganó todos los torneos a los que se presentó, y la estantería en la que colocábamos las medallas y los trofeos que conseguía pronto se quedó pequeña.

Poco después de que cumpliese los dieciocho años le propuse inscribirla para participar en los Juegos Paraolímpicos, pero ella siempre negaba con la cabeza.

—No. Yo arriba —decía señalándose con un dedo.

De eso ya han pasado unos años, y ahora, al verla avanzar hacia la piscina, vuelvo a sentirme tremendamente orgullosa de ella y de lo que ha logrado. Está nerviosa; lo sé por ese temblor en su labio inferior y por cómo se retuerce los dedos. Me sonríe antes de subirse a la plataforma de salida, y cuando la carrera comienza, la satisfacción de ver a mi hija competir entre las más grandes me inunda.

Lo ha conseguido gracias a su constancia, fuerza de voluntad y dedicación y, aunque las dos sabemos que no va a ganar, no nos importa. Solo unos pocos creyeron en ella, sin embargo, nunca se rindió; a pesar de muchos y para sorpresa de casi todos. Y aquí estamos, en la competición más prestigiosa y deseada, en lo más alto, donde ella quería estar, adonde aspiraba llegar: es la primera persona con discapacidad en participar en unos Juegos Olímpicos, y solo con eso, ya ha hecho historia.



Hace mucho tiempo que tenía en la cabeza la idea de escribir un relato en el que una persona con algún tipo de discapacidad participase en unos Juegos Olímpicos. Se quedó en la lista de espera hasta que vi una serie que me la trajo de nuevo a la cabeza. Aunque más que la serie, fue la canción del inicio y la idea que se formó en mi cabeza, History Maker.



Me llamó muchísimo la atención esta frase, We were born to make history, y empecé a madurar el relato de mi personaje con discapacidad. Me parecía la frase perfecta para ello.

En mi día a día yo trabajo con personas con algún tipo de discapacidad, conozco los problemas a los que se enfrentan y los obstáculos que tienen que superar para lograr hacer cosas que al resto de la población nos resultan sencillas. Por eso quise enlazar esta canción, con su letra y todo su significado, con esta historia. Como mi pequeño homenaje a todas esas personas que tienen una vida difícil, pero a pesar de ello, no se rinden.

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¡Un saludo!



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