Siento cómo la
bala se introduce en mi interior, me atraviesa la piel, desgarra los músculos y
se hace un hueco en mi estómago. Escupo sangre y caigo al suelo. Mis dos hijos
yacen delante de mí, inertes y con los ojos cerrados. Es el final, lo sé. Sin
embargo, estoy tranquila y en paz. Satisfecha porque, al fin, conseguí
justicia; el bastardo está muerto, y eso es lo único que importa.
Treinta años
antes.
Me llamo Margot
y todos los que me conocen afirmarían que ambición es mi segundo apellido.
Acabo de terminar la universidad con las mejores notas de mi curso, he recibido
el prestigioso premio Alan Turing, galardón que se otorga a personas que
sobresalen en el ámbito de la informática, y hace poco empecé a trabajar en la
prometedora empresa Swindler Co. Aunque no llevan mucho tiempo en el mercado,
ya se han colocado dentro de las cinco compañías más importantes en la creación
y desarrollo de programas de almacenamiento de recuerdos.
Los primeros
meses han sido duros, nunca me gustó ser la nueva. Nadie te toma en serio y no
hay nada que más odie que sentirme infravalorada. Tengo muchas ideas en la
cabeza, y este tiempo sirviendo cafés es un desperdicio. Al menos he intentado
aprovechar que todavía soy invisible para recopilar información sobre mis
compañeros y superiores; una nunca sabe cuándo va a necesitar saber que la
directora del departamento de Géfsi siente una pasión, casi enfermiza, por los
Beagle. Figuritas, tazas y hasta camisetas. Cualquier superficie es buena para
estampar la fotografía de uno de sus ocho perros, todos de esa raza, por
supuesto. Pasar a su despacho es agobiante, pero qué le voy a hacer: yo soy más
de gatos.
Por suerte, mi
situación de novata ha cambiado en poco tiempo. En algo menos de seis meses he
ascendido varios puestos en la empresa; he pasado de ser la chica nueva,
hacedora de cafés y fotocopias, a ayudante en pequeños proyectos. Mi futuro es
bastante prometedor. Aunque estoy en el área de programación básica, ya he
colaborado con los siete departamentos especiales: Órasi, se encargan de
desarrollar los diferentes softwares que procesan y almacenan los recuerdos
relacionados con el sentido de la vista; Afí, los del tacto; Géfsi, encargados
del gusto; Ósfrisi, desarrollan los programas que tienen que ver con el olfato;
Akoí, del oído; Synaisthima, los responsables del departamento que maneja las
emociones y Sképsi, los que intentan crear un programa que sea capaz de guardar
los pensamientos, de momento sin mucho éxito.
Desde que nos
implantaron los nuevos microchips y somos capaces de recordar todo aquello que
leemos, la sociedad ha cambiado enormemente; la gente con buena memoria ha
perdido su ventaja. Ahora se valoran otras cosas, como saber solucionar
problemas, ser habilidoso con las manos o tener talento para la programación. Y
aunque está mal que yo lo diga, tengo una facilidad portentosa para todas
ellas.
—¿Dices que el
viernes viste a Margot cenando con el subdirector de Sképsi?
—Sí, y parecían
muy acaramelados.
—Yo la vi el
sábado con la ayudante de Afí.
—Vaya una
guarra.
Esas son las
conversaciones más escuchadas en la empresa tras el fin de semana. No me
importa lo que piensen de mí, al fin y al cabo, nadie especificó en qué ámbito
se debía ser bueno con las manos. Y si es lo que necesito hacer para ascender…
a nadie le sienta mal un revolcón, sobre todo si es sin compromiso. Al menos
eso era lo que pensaba hasta hace unos minutos, tras despertarme por segundo
día consecutivo al lado de Maximiliam Swindler, el jefe de la empresa.
Siempre me
pareció un hombre muy atractivo; bien entrado en la treintena, con algunas
canas que le dan un toque de lo más sexy y una sonrisa provocativa. Me tuvo en
el primer guiño y me enamoré de él en el tercer orgasmo. Aunque lleva casado
más de seis años nadie sabe mucho sobre su mujer, solo que viene de una familia
muy adinerada. Se cree que fue un matrimonio por conveniencia, pero nadie habla
al respecto, de eso, de que no tengan descendencia, ni de sus escarceos
amorosos; todos queremos mantener nuestro trabajo.
—¿Qué hora es?
—pregunta con voz ronca, desperezándose.
La sábana solo
le cubre hasta la cintura, y no puedo evitar perderme en las definidas líneas
de su pecho. ¡Sagrados arduinos! ¿Cómo se puede tener un cuerpo tan increíble?
—Poco más de
las siete —contesto, intentando controlar mis ganas de saltar sobre él.
—Perfecto, la
reunión es a las diez. Aún tengo tiempo para devorarte —dice seductoramente
apretándome con fuerza contra él. Respondo a sus besos con tanto ímpetu que le
hago reír—. ¿No tuviste suficiente con la sesión de anoche? —me pregunta
mientras baja las manos por mis caderas.
—Nunca tendré
suficiente de ti —respondo soltando un largo suspiro de placer cuando se cuela
entre mis piernas.
Él también
tiene unas dotes innatas con las manos. El octavo, noveno y décimo orgasmo
llegan. Cuando acabamos me deja derrengada en la cama.
—No te vistas
con algo muy provocativo, no quiero que nadie piense que te ofrezco el puesto
por algo más que por tu talento con los ordenadores —dice mientras se levanta
de la cama y se viste. Asiento con la cabeza sin poderme mover; el cuerpo
entero me tiembla y todavía no soy capaz de coordinar. Me dedica una de sus
seductoras sonrisas y me da un beso en la frente antes de marcharse—. No tardes
mucho en levantarte o llegarás tarde.
Lo oigo salir
de la habitación y cuando la puerta del piso se cierra sonrío como una
adolescente.
—Tengo que
hacerlo mío —susurro para mí misma.
No importa que
esté casado, es un partido demasiado bueno para dejarlo pasar. El mejor amante
que he tenido hasta la fecha, con dinero y posición; con él a mi lado puedo
llegar a lo más alto. Nos conocemos desde hace muy pocas semanas, y ya ha
influenciado en mi vida laboral. Es un hombre de negocios que sabe separar lo
personal del trabajo; ha visto más allá de mis atractivos físicos y quiere que
forme parte de un ambicioso proyecto que va a poner en marcha hoy mismo.
—No te voy a
decir qué es. No tendré ninguna preferencia contigo porque nos acostemos —me
dijo hace dos noches, cuando me informó sobre la reunión—. Eso sí, como no
hagas bien tu trabajo me veré obligado a castigarte.
—¿Y qué tienes
pensado hacer para que me porte bien? —pregunté con voz melosa.
—Creo que unos
azotes no te vendrían mal —respondió agarrándome con fuerza del trasero.
—Eso es un
doble rasero en toda regla, señor Swindler.
—Culpable
—contestó sin una pizca de vergüenza antes de lanzarse sobre mi cuello.
Me pierdo en
los recuerdos de las últimas noches con él y llego al trabajo justo cuando la
reunión está a punto de comenzar. Me siento en la única silla que queda libre
intentando pasar lo más desapercibida posible y evito mirar a Maximiliam, que
sonríe de medio lado cuando me ve entrar, aunque no dice nada que delate mi
tardanza. Las otras sillas están ocupadas por miembros de los diferentes
departamentos. Somos treinta y sus caras de confusión me dicen que ninguno de
ellos sabe qué hacemos aquí. Maximiliam carraspea para llamar nuestra atención,
se levanta y, abotonándose la chaqueta del traje, comienza a hablar:
—Llevo
trabajando desde hace tantos meses en este proyecto que casi no me creo que
vayamos a ponerlo en marcha. —Enciende el proyector holográfico y nos mira,
entusiasmado, con una sonrisa en el rostro—. Bienvenidos al proyecto «Alfa y
Omega».
Sonrío al verlo
tan emocionado. Más que el jefe de una importante empresa parece un niño
pequeño el día de su cumpleaños.
—Gracias a los
avances que han realizado en el departamento de desarrollo hemos logrado crear
los primeros ordenadores con tecnología 20G; hay cinco disponibles, y serán los
que utilizaremos. —El proyector holográfico comienza a funcionar y Maximiliam
va explicando paso a paso en qué consistirá nuestro trabajo—. Los siete
departamentos especiales llevan años recabando información sobre el guardado y
procesamiento de los sentidos, emociones y pensamientos. Este proyecto
utilizará esos datos y creará recuerdos 7D que se almacenarán en un nuevo
microchip con tecnología 20G.
Los murmullos
de asombro no tardan en llegar. Sin duda es un proyecto muy ambicioso. Ninguna
empresa se ha atrevido a ir tan lejos; el almacenaje todavía no es perfecto, en
especial con los pensamientos. Si conseguimos ponerlo en marcha
revolucionaremos el mercado mundial.
Expone su idea
con una pasión y convicción aplastantes. Cuando acaba todos asentimos,
entusiasmados por empezar a trabajar. Lo miro sonreír ante los aplausos y,
aunque no es nada mío, al menos no de manera oficial, no puedo evitar sentirme
orgullosa de él.
—Os he elegido
personalmente a vosotros porque considero que tenéis un talento excepcional.
Sois la élite de la empresa y estoy seguro de que lograréis cumplir con las
expectativas.
Se despide de
cada uno de los miembros del nuevo equipo con un apretón de manos. Me quedo
rezagada y espero a que todos hayan salido para acercarme a él.
—Gracias por
confiar en mí.
—No me las des,
te has ganado el puesto con tu trabajo.
—Espero no
defraudarte —susurro con timidez.
—No lo harás
—responde rozándome la barbilla con cariño durante unos segundos.