Te confieso que lo mío por ti fue amor a primera vista. Fue verte una sola vez y saber que, igual no ese día, pero en algún momento acabaría llevándote a mi casa. Y aquí estás, en toda tu perfección, como me enamoré de ti.
Los meses han pasado, y la pasión que siento no ha disminuido ni un ápice desde entonces. Entre nosotros hay una conexión especial. Podría estar horas enteras mirándote; adoro pasar mis manos por tus formas redondeadas, acariciarte y tocarte allí donde tan pocos lo han hecho.
Los días de diario suelen ser rutinarios; encuentros antes y después de trabajar rodeados de extraños. Pero los fines de semana se vuelven íntimos, y nadie me puede separar de tu lado. Los baños de los domingos por la mañana son los más especiales, solos tú y yo. Ver el agua resbalar por tu cuerpo, quitar con cuidado las gotas de tu piel, tu tacto en mis dedos… Y las comidas que siempre vienen después. Una media de setenta euros en cada ocasión, depende del lugar y del momento. Es caro, pero ya lo sabía cuando me enamoré, no eres para cualquiera, pues no cualquiera puede darte lo que necesitas. Gasto la mitad de mi sueldo en que ti, en especial esos últimos zapatos de invierno, cinco mil euros cada par ¡Dios mío! Sin embargo, lo hago con gusto. Aunque no vamos a mentirnos, la vanidad también juega un buen papel en esto; vivo por las miradas de envidia de la gente cuando nos ven pasar, sé que te miran a ti, y sienten celos de mí por tenerte.
En los días de lluvia te guardo y seco con mimo; en los soleados me hace feliz verte resplandecer, admirar cómo los rayos se reflejan en tu pulida carrocería, y en esas ruedas que tanto me costaron.
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La premisa para este relato era que contuviese las palabras "rueda, caricia y tijeras". No lo he conseguido tal cual, pues cuando empecé a pensar en la historia me gustó la idea de que estuviese hablando de un coche, pero pareciese una mujer, que me fui un poco por las ramas y dejé de lado las palabras.
Fue curioso de escribir. Esto de los dobles sentidos tiene su gracia.
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