El juguete estaba debajo de la cama, una vez más. El día en que adoptamos a Minerva le regalamos una serpiente de peluche; en el centro de acogida nos dijeron que le encantaban esos animales y desde el primer momento se convirtió en su juguete favorito. Sin embargo, desde hacía unos meses parecía aborrecerlo.
—¿Qué pasa, cariño? ¿Ya no te gusta Medusa?
Nunca contestaba, miraba a la serpiente con enfado, algunas veces hasta con odio, y la volvía a meter debajo de la cama.
Las semanas siguieron igual; Medusa aparecía casi todas las noches en aquel lugar. En los últimos días Minerva comía muy poco, cada vez que llegaba la hora de dormir lloraba, pataleaba y gritaba con fuerza. Yo trabajaba como profesor en un colegio, y conocía los berrinches que los niños montaban cuando querían conseguir algo. Por eso estaba seguro de que aquello no era una rabieta; Minerva, realmente, tenía pavor de irse a la cama.
—¿Qué le ocurrirá? —le pregunté a mi marido, muy preocupado por ella.
—No sé, será una fase —contestó encogiéndose de hombros.
Quise creerle, y lo dejé estar, pero nada mejoró.
—Tenemos que hacer algo pronto. Por ella y por nosotros. Dentro de dos semanas tenemos una reunión con los servicios sociales. Si esto sigue así… —No pude acabar la frase. Habíamos luchado tanto para poder adoptarla, que la sola idea de perderla me resultaba tremendamente dolorosa.
—Seguro que se le pasa antes —respondió, despreocupado, dándome un apasionado beso en los labios.
No estaba de humor para eso, la preocupación por Minerva ocupaba toda mi mente, pero él insistió hasta que cedí a su deseo. Me tumbó en la cama, se quitó la camiseta, dejando el magnífico tatuaje de Poseidón a la vista, y me poseyó sin escuchar mis vacilantes negaciones.
Si en aquel momento hubiese mirado debajo de la cama de mi hija, me habría encontrado la mirada impotente de Medusa, y su rostro mostraría el mismo odio que sintió la primera vez que aquello le ocurrió a mi pequeña. Se maldecía por no ser capaz de responder a las súplicas de ayuda que Minerva sollozaba en voz baja cuando eso pasaba. Pero solo era una serpiente de juguete destinada a ver cómo el pasado se repetía una y otra vez, igual que a ella le ocurrió, sin poder hacer nada por detener aquellas atrocidades.
*
La premisa de este microrrelato que empezase con "El juguete estaba debajo de la cama…", además, yo me puse el reto de que tuviese 393 palabras exactas, sin contar el título. Fue todo un desafío.
No podría decir exactamente cómo se hiló esta historia en mi cabeza, cómo llegué a asociar un juguete con lo que ocurre. Creo que lo que le pasa a la niña está claro, es agredida y violada por uno de sus padres en repetidas ocasiones, y solo la serpiente de juguete es testigo.
Al final puede parecer que incluso la propia serpiente fue violada en alguna ocasión, y esa fue mi idea, pues me inspiré en el mito de Medusa para escribirlo. Según dicen algunos, Poseidón forzó a Medusa, una sacerdotisa de gran belleza que servía a Atenea, el alterego griego de Minerva, en la mitología romana. Cuando la diosa se enteró se enfadó muchísimo y la convirtió en el monstruo que se conoce: una mujer con serpientes en la cabeza que te convierte en piedra si la miras a los ojos. De ahí el título del microrrelato y la referencia al tatuaje del padre.
Está un poco rebuscado, lo sé, pero creo que alguien que conozca el mito lo habría entendido. Y sino, pues ya sabéis algo nuevo.
Espero que os haya gustado.
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¡Un saludo!
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