Juego de tronos



El olor a muerte fue lo que le dio la bienvenida, y en cuanto abrió la puerta, Philippe supo que había llegado tarde.

Dos días atrás, una paloma enviada por su tía llegó al monasterio con una misiva apremiante: su padre había enfermado de forma inesperada, y ni los cuidados de las monjas o las plegarias habían servido para que su estado de salud mejorase. El obispo le había dado la extremaunción, y nadie sabía cuánto tardaría en unirse con el Señor.

Se puso en marcha de inmediato. Cabalgó casi sin descanso durante dos jornadas, mas toda la premura fue en vano: cuando llegó, al amanecer del tercer día, su padre acababa de exhalar su último aliento.

Entró en la habitación del monarca y se acercó a la lujosa cama con paso tembloroso; en el centro de ésta se encontraba su padre. Tenía los ojos cerrados y una tranquila expresión en el rostro. Si no fuese por el enfermizo color amarillo que se había aposentado en su cara, Philippe habría pensado que tan solo dormía.

A ambos lados del lecho, su tía, y su gemelo, velaban por el recién fallecido. Philippe colocó una mano sobre el hombro de su hermano y se agachó a su lado.

—¿Qué ha ocurrido, Louis? —preguntó con la voz cortada.

Su hermano se encogió de hombros y, cuando sus miradas se encontraron, vio en sus ojos el mismo pesar que debía haber en los suyos. Ser testigo de aquella aflicción en su hermano mayor, el más fuerte de los dos, le causó un enorme dolor, y tuvo que apartar la vista para que las lágrimas no le traicionaran. Louis se levantó con brusquedad y salió de la habitación con rapidez. Philippe quiso seguirlo: odiaba verlo así, sin embargo la voz de su tía lo hizo detenerse.

—Déjalo solo. Lleva dos días cuidando de vuestro padre.

—¿Qué ha pasado?

—Nadie lo sabe —respondió la mujer con voz compungida. Alargó una mano hacia el cuerpo del difunto y tomó una mano entre las suyas—. Ocurrió de improviso. Un día estaba bien, y al siguiente yacía en cama sin poder levantarse. Le dieron fiebres altas, y todo lo que comía lo devolvía. Nadie pudo hacer nada por salvarlo.

Philippe vio cómo una única y solitaria lágrima caía con lentitud por la mejilla de su tía. Se levantó y depositó en la frente del fallecido un suave beso.

—Que Dios te acoja en su gloria, hermanito.

Aquellas palabras hicieron que Philippe sonriera con tristeza. El hombre que se encontraba en la cama estaba lejos de ser pequeño pero, para ella, su padre siempre fue, y sería, su hermano pequeño.

La mujer se levantó y se dirigió hacia la salida, pero antes de abrir la puerta se giró hacia él.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—¿A qué se refiere? —preguntó confuso.

—El rey ha muerto, y el trono está vacante.

—Louis será quien lo herede. Es el mayor, y es lo que padre quería.

—¿Lo era? ¿Estás seguro de eso? ¿A quién envió tu padre a Roma en peregrinación para que fuese bendecido por el Papa? —preguntó acercándose a él—. ¿Quién fue instruido en el arte de la lectura, escritura, pintura y entendimiento de las Sagradas Escrituras? ¿Quién se quedaba por las noches, en estos mismos aposentos, a recibir valiosas lecciones de vida, política y guerra? ¿Era tu hermano? —Philippe negó con la cabeza, y la mujer se arrodilló delante de él—. No, no fue Louis; fuiste tú. Él quería que fueses su heredero, por eso te preparó para ello.

—Pero Louis…

—Louis es un guerrero —dijo interrumpiéndolo—, un magnífico combatiente; mas no tiene cabeza para ser rey. ¿Crees que sabría lidiar con las intrigas de la corte? No. ¿Y los ataques de los bárbaros? Llevamos sufriéndolos desde hace años, y nada de lo que hemos hecho hasta ahora los ha frenado; su estrategia no será diferente, y jamás nos libraremos de ellos. Pero tú tienes una mente sagaz, eres inteligente, y seguro que darás con una manera para echarlos definitivamente de nuestras tierras.

Philippe la miraba con asombro e incredulidad, mas las palabras hicieron mella en él. Y cuando la mujer se levantó, sus ojos tenían una férrea determinación.

—Haz honor a tu padre. Llévanos a la grandeza, y ocupa el puesto para el que fuiste elegido y educado —dijo la mujer antes de abrir la puerta y marcharse.


Las jornadas fueron pasando, y las palabras de su tía se le anclaron con fuerza en la cabeza. Quería a su hermano, sin embargo, cada vez que lo veía no podía evitar pensar si sería un buen rey. No era un diplomático, no sabía hablar ni tenía don de gentes; su única estrategia sería la lucha, y aquello sería el fin del país.

Sus ojos se clavaron en él. Estaba en mitad del patio de entrenamiento enfrentándose a tres adversarios al mismo tiempo y, cuando cayeron al suelo, sus miradas se encontraron. Fue solo un segundo, un instante, pero todo quedó claro entre ellos: eran familia; hermanos; gemelos, empero se habían convertido en enemigos, pues ambos se sentían merecedores de suceder a su padre.




Durante las dos últimas lunas, Philippe intentó ganarse el favor de los consejeros, mas pocos quisieron oír sus ideas. «Tu hermano es un hombre fuerte y capaz. Es el mayor, y el que debe gobernar», afirmaban muchos absolutamente convencidos. «¿Qué va a hacer un enclenque como tú?», decían otros con desprecio.

Y así llegó el día de la coronación de Louis. Philippe lo encontró en las caballerizas, solo, sentado al lado del caballo de su padre.

—¿Vas a dejarlo ya, Philippe? —le preguntó en cuanto lo vio entrar. Se levantó y se encararon.

—Yo sería mejor rey que tú, y lo sabes.

—Pero nadie te apoya.

Se mantuvieron las miradas durante lo que pareció una eternidad, igual que hacían cuando eran pequeños: el primero que claudicaba, perdía.

—Llevarás al país a la ruina —declaró Philippe con enfado.

—Tú podrías ayudarme a que eso no pasara —respondió Louis en un tono conciliador pero sin dejarse intimidar.

—Como si fueses a permitirlo.

Sus palabras eran frías, y nada en él parecía aceptar una propuesta de paz. En un movimiento más rápido de lo que era habitual en él, Philippe sacó una daga de su cinturón. Louis no se lo esperaba, y aunque tenía buenos reflejos, su contraataque llegó muy tarde. Cuando el filo de su cuchillo atravesó la piel de su adversario, la daga de su gemelo ya estaba hundida en su interior.

—Tenía que haber escuchado a la tía —comenzó a decir Louis mientras sentía cómo la sangre de su hermano, y la suya, se unían en sus manos—. Me advirtió de que la muerte de padre te había afectado más de lo que parecía. Pero no quise creerla.

—¿La tía…? —Una fuerte tos le hizo callar, y fue en ese momento cuando ya no había marcha atrás, en el que Philippe se dio cuenta de lo iluso que había sido.

Los cuerpos de los hermanos cayeron al suelo con las armas aún en su interior. La sangre se derramó, manchó toda la paja que había en los alrededores y se extendió hasta la puerta, donde unos hermosos zapatos retrocedieron para no ser ensuciados.

—Lo siento —dijo la mujer con una única y solitaria lágrima deslizándose por su mejilla—, pero, al fin, todo vuelve a ser como debería haber sido. Yo era la mayor: el trono era mi derecho. Y ahora, será mi hijo el que continúe lo que me fue arrebatado.




Las premisas de este relato me las dieron en el curso de escritura que estoy haciendo "Método PEN", y era que apareciesen al menos tres personajes y que cada uno de ellos perteneciese a una tipología diferente según la división que hizo Vladimir Propp tras estudiar los cuentos populares rusos. Estos son:

Destinador.
Ayudante.
Destinatario.
Objeto.
Oponente.
Sujeto.
En mi caso las opciones que he elegido han sido:

Sujeto y destinatario: Philippe.
Destinador: La tía de Philippe.

Oponente: En un principio sería Louis, pues para Philippe es quien se encuentra entre él y su meta, que es ser coronado rey. Aunque la tía sería, al final, el oponente en las sombras…


Espero que os haya gustado. A mí el personaje de la tía me ha encantado, me gustó mucho escribir su personaje y sus acciones, en especial las lágrimas falsas.

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Si quieres leer más textos originales escritos por la autora de este blog, puedes encontrarlos todos en este enlace: Relatos.

¡Un saludo!


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