Microrrelatos de cuarentena V. Un golpe de suerte



Un olvidado mantel, tendido en la cuerda del patio trasero de una casa, era mecido por la brisa del viento. La chimenea aún estaba caliente y en la cocina todavía flotaba el aroma de la última comida. Sin embargo, el silencio era sepulcral. El edificio estaba vacío, igual que la pequeña aldea en la que se encontraba. Las huellas en el barro, fresco tras la lluvia de esa mañana, mostraban que hasta hacía muy poco aquel lugar había estado habitado. Pero las marcas de los coches solo iban en un sentido: hacia la carretera, lejos de allí.

Cada mes, el único electricista, fontanero y hombre para todo viajaba tres horas por carreteras secundarias hasta la ciudad para reclamar atención. No había semana en la que su aldea no sufriese algún corte eléctrico, todos los inviernos se quedaban incomunicados un par de veces, y de internet ni hablemos. Pero nadie escuchaba sus quejas o peticiones.

—Múdense a la ciudad.

—¿Con qué dinero?

—Vendan sus casas.

—¿Y quién nos las va a comprar?

Las conversaciones siempre acababan igual; con un encogimiento de hombros y un «lo siento, no puedo hacer más».

Los peores momentos eran cuando alguien sufría un accidente o enfermaba de gravedad. La ayuda tardaba mucho en llegar, algunos veces demasiado, y cuando el médico hacía su aparición, ya no había paciente al que tratar.

—Los sacaré de allí. Tendremos una vida mejor —se repetía cuando regresaba a su casa después de visitar la ciudad.

Más de diez años pasaban de esa primera promesa, y parecía que nada iba a cambiar, hasta que lo hizo. Fue un momento de inspiración, un «¿por qué no? No tengo nada que perder». Dos euros con cincuenta en un billete del Euromillón. Una semana después, cincuenta millones en su cuenta. Uno por cada habitante de su aldea.

Se marcharon con pesar, tristes por dejar sus hogares y abandonar el lugar que les vio crecer, pero ilusionados por un futuro lleno de oportunidades.

*

Las premisas para este microrrelato eran que ocurriese en un pueblo abandonado y que apareciese la palabra mantel.
Lo de pueblo abandonado me llevaba, me manera irremediable, a una tragedia, pero no quería volver a escribir algo triste. Por suerte, una amiga me dio la idea de que la gente se hubiese marchado porque habían ganado la lotería, y aquí está ese relato. Un mini reflejo de la España profunda y abandonado.

Espero que os haya gustado.
*

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Si quieres leer más textos originales escritos por la autora de este blog, puedes encontrarlos todos en este enlace: Relatos

¡Un saludo!

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