Mehmet Li estaba concentrado en el documento que tenía delante
cuando el sonido de un correo entrante le interrumpió. Por lo general no solía
abrirlos al momento, pero el asunto “Información importante”, y el remitente,
el vicepresidente de la compañía, captaron toda su atención. Lo leyó al
momento, y con cada palabra sus rasgados ojos se fueron haciendo un poco más
grandes.
—No puede ser —murmuró para sí mismo cuando llegó al final.
El vicepresidente se jubilaba a mediados de año y aún no había
decidido quién ocuparía su lugar. Mehmet miró al otro lado de la cristalera de
su despacho: en la oficina de enfrente, Sophia García, su compañera de trabajo,
levantó la vista del ordenador y sus ojos se encontraron. Los dos habían
recibido el mismo correo, y ambos sabían que eran los únicos con posibilidades
de conseguir el ansiado puesto. Era el cargo con más poder, pues aunque también
había un presidente, rara vez se pasaba por la oficina. Se conformaba con que a
final de mes le llegase una buena cantidad de dinero a su cuenta. Mientras eso
continuase así, seguiría dejando todas las decisiones en manos del
vicepresidente.
Los dos candidatos se mantuvieron la mirada durante unos
segundos evaluándose desde la distancia. Se conocían muy bien, tanto dentro
como fuera del trabajo, y de la cama. Sabían cuáles eran los puntos fuertes y
débiles del otro. Eran ambiciosos, y eran conscientes de que la persona que
tenían enfrente haría cualquier cosa por hacerse con el puesto.
La primera en levantarse fue Sophia. Se acercó a la puerta
de su despacho y le dedicó a Mehmet una mirada desafiante. El hombre sonrió con
seguridad, salió al pasillo y se apoyó en la cristalera con su pose más
arrogante.
—Es la guerra —dijo Mehmet sin apartar los ojos de su
compañera.
—Todo vale.
—¿Sin rencor?
—No me odies cuando coloque una V delante de mi nombre y tu
sigas siendo el señor Lee.
—Ya lo veremos —respondió Mehmet con una sonrisa llena de
confianza.
Acortaron la distancia que los separaba hasta quedar a tan
solo unos centímetros del otro. Sophia pasó la punta de los dedos por la
cuidada barba de Mehmet y él no pudo evitar mirar los carnosos labios de su
compañera.
—¿El último antes de que empiecen las hostilidades?
—preguntó Mehmet recorriendo el voluptuoso cuerpo de Sophia con sus manos.
La chica le sonrió con coquetería y se acercó más a él.
—La próxima vez tendrás que decirme “ama” —le susurró al
oído.
—¿Es una de tus fantasías?
—Es posible… —respondió mirándole con provocación—. Aunque
confieso que solo de imaginarme cómo sería doblegarte, y tenerte debajo de mí,
me excita.
El cálido aliento de Sophia le hizo cosquillas en la oreja,
y Mehmet sintió un intenso escalofrío recorrerle el cuerpo entero. Su
respiración se aceleró, y la sangre se acumuló entre sus piernas. Pero fue la
incitadora sonrisa que su compañera le dedicó lo que le hizo moverse. La tomó
de la cintura, la condujo hasta el aseo más cercano, el de mujeres, y en cuanto
cerraron la puerta detrás de ellos la pasión se desató.
Durante las siguientes semanas la tensión entre Mehmet y
Sophia se hizo palpable para todos. El vicepresidente los llamó a su despacho varias
veces, y en todas las ocasiones mantuvieron largas conversaciones sobre el
futuro de la empresa.
La oficina se dividió en dos bandos. Se hicieron promesas en
susurros, se pidieron favores a cambio de jugosos contratos y los rumores,
falsos y reales, acerca de uno y otro candidato se esparcieron con rapidez por
los pasillos.
Fue la guerra, como ya anunciaron. No hubo tregua, y la
línea de lo moral estuvo a punto de ser cruzada en varios momentos. Algunos aseguraron
ver a Mehmet perder los nervios en su despacho y destrozar el ordenador al
lanzarlo contra la pared, de ahí el enorme desconchón en la madera. Otros
afirmaron que, tras un aciago revés obra de su compañero, Sophia se encerró
durante horas en el baño de mujeres. Juraron ver cómo las lágrimas resbalaban
por sus mejillas. Pero cuando salió, lo hizo con la firmeza por la que era
conocida. Mehmet estaba a punto de cerrar un acuerdo con una importante empresa
que le haría ingresar una cuantiosa comisión de varios ceros. Sin embargo,
antes de que se estampase la firma en los papeles oficiales, el dueño cambió de
opinión.
—Buena jugada —dijo Mehmet apoyándose en la puerta del
despacho de Sophia. Se cruzó de brazos y la miró con admiración durante unos
segundos—. ¿Cuántos paquetes de condones has necesitado? ¿Te traigo más?
—Guárdatelos. Esto aún no ha acabado, y seguro que los
necesitarás —respondió con una sonrisa de suficiencia en el rostro y sin
apartar los ojos de la pantalla del ordenador.
Mehmet lanzó una carcajada al aire y se marchó de allí
disfrutando de la desfachatez de su compañera.
En los últimos días la incertidumbre se asentó en la
oficina. Los contratos se cerraron con prisa, algunos con demasiada, y esos
errores, esa desconcentración, esa flaqueza ante la extrema presión que se
estaba viviendo, hizo que la balanza cayese a favor de uno de ellos.
Sophia se mostraba ante él con orgullo y sin una pizca de
vergüenza. Los pezones, oscuros y erectos, le llamaban con fuerza, y Mehmet no
se resistió a atraparlos entre sus dientes. La chica lanzó un suspiro al aire y
cerró las piernas alrededor de la cintura de su compañero clavándole los
talones en la espalda. Mehmet se irguió y observó con calma ese cuerpo que
tanto le provocaba.
—¡Hazlo ya! —ordenó Sophia con impaciencia obligándolo a
tumbarse sobre ella.
Él sonrió y le dedicó una mirada arrogante.
—Recuérdamelo, ¿cómo dijiste que tendría que llamarte la
siguiente vez que nos acostásemos? —Sophia le fulminó con la mirada sin
responder a la pregunta. Mehmet acercó su cara a la de ella y la agarró con
fuerza de la barbilla—. ¿Cómo habías dicho?
—Ama —contestó con los últimos retazos de dignidad que le
quedaban.
—Entonces, ¿cómo me vas a llamar ahora? —Le dedicó una
mirada hostil, pero él insistió en que le respondiese—. No te he escuchado
—dijo cuando la chica respondió en un susurro.
—Házmelo, Amo.
—¿Y qué más? —preguntó Mehmet con su sonrisa más arrogante.
—Vicepresidente Li.
—Me encanta cómo suena mi nuevo cargo en tus labios —dijo
antes de lanzarse sobre ella y devorarla entera.
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