Querido diario




06 de enero de 2020.

Rabia. Tristeza.
¡DUELE!


26 de enero de 2020.

Después de años escribiendo en este diario todas las noches, llevo sin poder actualizarlo desde hace dos semanas. El dolor aún me puede. No soy capaz de hablar sobre lo que ha pasado, mucho menos escribirlo. Verlo en palabras lo haría realidad, y no quiero.


05 de febrero de 2020.

Mi madre no hace más que insistir en que vea a un psicólogo. Dice que necesito hablar con alguien, que no es normal que todavía lo tenga todo así. Pero no puedo evitarlo; si lo quito… si lo tiro… ya no volverán.


18 de febrero de 2020.

Ayer sufrí un ataque de ansiedad. Hace una semana que mi madre se niega a venir a casa. Dice que está cansada de verme así, que tengo que reaccionar y sobreponerme. «Es horrible lo que les ha pasado, pero tú sigues con vida, y a él —dijo su nombre, pero aún soy incapaz de escribirlo— no le gustaría verte así».
Sé que tiene razón, por eso decidí salir de casa tras no sé cuántos días. La verdad, ya he perdido la cuenta.
Estaba en la panadería, y no sé qué pasó. Lo último que recuerdo es que alguien entró en la tienda. Me desperté en el hospital completamente desorientada. Unas horas más tarde mi madre me trajo este diario y la tarjeta de una psicóloga. Creo que necesito ayuda.


24 de febrero de 2020.

Hoy he tenido mi primera sesión con la psicóloga. Parece simpática.
Quiere… Quiere que cuente lo que pasó. Que se lo cuenta a ella, a mi madre, al gato del vecino, o lo escriba en este diario. Pero que lo deje salir.
Como si fuera tan fácil.
Ocurrió el día de


28 de febrero de 2020.

Ayer tuve la segunda sesión. Nada avanza. Todo sigue igual a como se quedó aquel día. Mi madre quiso quitar los adornos. «¡Por el amor de Dios, reacciona!», dijo zarandeándome por los hombros. La eché de casa tras un montón de gritos. Ahora me siento culpable.


05 de marzo de 2020.

Dos meses… dos meses sin ellos…


19 de marzo de 2020.

Hoy es el día del padre, pero ya no hay padre ni hijos para celebrarlo.




24 de marzo de 2020.

Era el día de la cabalgata de los Reyes Magos, Iván y los niños estaban muy emocionados. En mi casa nunca se celebró especialmente ese día, siempre fuimos más de Papá Noel. Sin embargo, con sus gritos y villancicos habían conseguido pegarme su entusiasmo. Era el primer año que los dos niños serían conscientes de lo que ocurría, e Iván se había propuesto hacerles pasar una Navidad que nunca olvidasen. Su despacho estaba lleno de regalos y, junto con los niños, habían decorado todo con cientos de luces y figuritas. Hasta compró un Rudolf hinchable enorme que casi no cabía en el balcón. Al ver cómo habían dejado la casa no podía dejar de sonreír.
Salimos temprano para conseguir un buen sitio en la cabalgata. «No se pueden perder nada», dijo Iván, lleno de esa alegría navideña contagiosa.
La emoción les podía, iban unos pasos por delante de mí cantando a voz en grito. Iván nunca les habría permitido que montasen aquel escándalo, pero era un día especial y los tres estaban radiantes de felicidad.
Ocurrió en la misma puerta de la urbanización. Un coche se saltó el semáforo y los atropelló a los tres. Murieron en el acto.
El último recuerdo que tengo de ellos es la estrofa que cantaban: «…los peces en el río, por ver a Dios nacer».
Volver a casa fue horrible. Abrir la puerta y ver todos los adornos. Rememorar sus risas. El reno gigante que me sonríe desde el balcón con su nariz colorada. Los regalos, envueltos y preparados… Sus ojos llenos de ilusión, las caras de felicidad.
Ahí sigue todo, tal y como se quedó aquella tarde en la que salieron y nunca más regresaron.


05 de abril de 2020.

Hoy habría sido el cumpleaños de Alicia… cuatro años tendría ahora. Pero llevo tres meses sin ella.


17 de abril de 2020.

He perdido a mi familia. Al fin lo puedo decir. Se han ido y no van a regresar. El amor de mi vida, mi marido, mi amigo y confidente desde hace más de quince años. Y mis dos soles, esas dos personitas que me alegraban el corazón con sus sinceras sonrisas.
Ninguno de ellos está, y nunca lo estarán.

NUNCA.


28 de abril de 2020.

He vuelto a discutir con mi madre. Sé que sus intenciones son buenas, que quiere ayudarme, pero no puedo dejarle quitar los adornos o tirar los regalos que se que quedaron sin abrir.

«Verlos solo te hace más daño. Tienes que pasar página». Fue a coger una de las bolas del árbol y reaccioné por puro instinto. La agarré con fuerza del brazo y le di un empujón que casi la tira al suelo. Su mirada de decepción me dolió mucho, pero no puedo quitar ningún adorno. Son lo único que me queda de ellos.


05 de mayo de 2020.

El día de la madre.
Solo puedo llorar.
Cuatro meses sin ellos.


15 de mayo de 2020.

Sé que no estoy bien. No soy la única persona en este mundo que ha perdido a sus seres queridos, y la gente sigue adelante. Pero yo no puedo. No puedo… Los echo tanto de menos…


29 de mayo de 2020.

Estoy tumbada en la cama de Sebastián, casi no quepo, pero necesitaba sentirlo. También me he puesto la chaqueta favorita de Iván; aún huele a él.
Estoy en un pozo, un pozo de dolor que nunca se acaba. ¿Tendrá fin? Espero que lo tenga…


03 de junio de 2020.

Nada mejora. Todo sigue igual. Solo siento tristeza y dolor.
He dejado de visitar a la psicóloga. No servía para nada. Y hace semanas que no veo a mi madre.


05 de junio de 2020.

Cinco meses.
Esto no acaba. El dolor no se va y el pozo se alarga día tras día.
Ya no puedo más.


Siete de junio de 2020.

El Rudolf del balcón se ha pinchado. Cuando lo he visto ha sido como una señal; él se ha ido, ellos también, y es el momento de dejar de sufrir. Necesito un descanso, algo que me alivie la pena. Algo instantáneo y permanente. No puedo soportar por más tiempo esta angustia.
Estoy tumbada en nuestra cama, rodeada de los regalos que no llegaron a abrir. En unos minutos se los daré, y todo estará bien; volveré a ver a mi familia.

Estaremos juntos de nuevo.



La idea de este relato vino de un ejercicio del curso de escritura que estoy haciendo; Método PEN. La premisa era escribir un relato en el que se establezca un vínculo emocional entre lector y personaje, el personaje medite sobre su evolución y el mundo del personaje nos hable de él.

La primera persona siempre es mucho más personal que la tercera, y si le añadimos el formato diario, todo es mucho más cercano, por eso elegí ese narrador.

La historia se me ocurrió pensando en algo que pudiese tocar la fibra sensible del lector, ¿qué puede doler algo más que la perdida de un ser querido? ¿Y si fuese un niño? Hace unos años salió en las noticias de España que un niño murió aplastado, creo recordar, en la Cabalgata de los Reyes Magos. Imaginarme el dolor de esos padres al regresar a casa y ver todos los regalos preparados..., solo de pensarlo se me encoje el corazón. Me impactó muchísimo y me llegó a lo más hondo.
Espero haberlo descrito de tal forma que vosotros también hayáis podido sentir el dolor, mío, y el de la madre.

*

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Si quieres leer más textos originales escritos por la autora de este blog, puedes encontrarlos todos en este enlace: Relatos.

¡Un saludo!

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