Diez avisos de impagos, siete nuevas facturas y cuatro solicitudes de trabajo rechazadas se acumulaban a sus pies.
—Maldita sea. ¿Es que el jodido pozo no tiene fondo? —sollozó, mirando con nostalgia los instrumentos que le recordaban los años de un éxito ya olvidado.
Casi una década de noches en vela, música y fiestas sin control. De auge, derroche y decadencia. De malas decisiones y peores soluciones que lo llevaron a la miseria.
—Todo podría acabar en un momento —susurró, colocando una vez más la pistola en su cabeza.
El pulso le temblaba y el clic que hizo el seguro al bajarse le hormigueó por todo el cuerpo. De pronto, un llanto retumbó en la habitación. Axel cerró los ojos, apretó los labios con fuerza y lanzó un cansado suspiro al aire.
—Ya voy, peque. Ya voy —murmuró con desgana.
Dejó la pistola en el sofá, se levantó y se dirigió a la habitación contigua. Un bebé estaba sentado en una cuna. Tenía todos los rasgos característicos de la trisomía del cromosoma 21: una nariz chata y los ojos en forma de almendra rasgados hacia arriba. Sonrió con alegría cuando el rostro inexpresivo de Axel apareció por la puerta, pero ni siquiera los gritos de satisfacción del pequeño consiguieron sacarle una sonrisa.
—Tienes hambre, ¿verdad? Ya, yo también.
Lo tomó en sus brazos cargándolo hasta el salón y después se marchó a la cocina. En los armarios solo había botes de leche en polvo, biberones y latas de conservas.
Cuando regresó, el bebé estaba sentado al lado del sofá con la pistola en las manos y su eterna sonrisa en los labios.
—Deja eso en el suelo, pequeño —suplicó Axel al ver que el seguro estaba quitado.
Un segundo más tarde, antes de que tuviera tiempo de acercarse a él, un disparo resonó en la habitación. El olor de la pólvora se extendió por todas partes y poco a poco las sirenas comenzaron a acercase a ese piso que, en un instante, se había quedado en silencio.
Hace muchos años una paciente en mi trabajo me habló de una historia que estaba escribiendo en inglés a dos manos con un amigo suyo. Han pasado años de eso, tan solo recuerdo que ella le llamaba X y su amigo decidió llamarlo Axel. Era alguien que se dedicaba a la música, pero no sé si tenía éxito o no, creo que no. No me acuerdo mucho más de la historia, tan solo que se quedó atascada en la escena en la que un bebé, diría que su hijo, estaba en el salón sosteniendo una pistola. El bebé tenía síndrome de Down. Y básicamente eso es lo que he escrito. Lo que recordaba de esa historia, dejándola abierta, con ese final que ella no supo darle. Al menos que yo sepa.
No sé porqué se me quedó esa historia en la cabeza durante tantos años, han podido pasar fácilmente siete años de esa conversación, pero ahí quedó. Cuando la escribí estuve pensando en si continuarla o no, darle un camino, una vida o una muerte, a ese bebé, pero, de alguna manera, era un homenaje a esa historia inconclusa de mi paciente, y no me atreví a seguir con ella. Aunque, por otra parte, podría haber sido un buen homenaje seguirla, rompiendo ese bloqueo en el que se encontraba.
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